Tenía pendiente escribir mis impresiones sobre el viaje turístico a París que hice hace unos 25 meses, (¡qué deprisa pasa el tiempo!).
La memoria es frágil, mientras que lo escrito permanece, y al fin me he animado a escribirlo, y no era cuestión de posponerlo más, pues cuanto más tarde, más detalles se me olvidarán. Tenía pereza pues sabía que iba a salir largo, pero merece la pena, para dejar por escrito lo que en el futuro se me olvidará. Lo he adornado con fotos y con algunos toques de “humor qbitiano”.
El viaje surgió para aprovechar una oferta de una agencia de viajes. Estas ofertas tienen por objeto llenar plazas hoteleras y de avión en temporada baja (invierno) a cambio de un precio más bajo. Duró 3 días en fin de semana. Fue la primera vez que iba a París, y me gustó mucho.
Errores.
La experiencia estuvo muy bien, pero hubo algunos errores a corregir en futuros viajes:
- La fecha: Tuvimos mala suerte, y nos pilló la ola de frío del invierno de 2005. Al principio, el tremendo frío que hacía en París lo interpreté como una consecuencia de la posición geográfica de dicha ciudad, que está muy al norte, como se ve mirándolo en un mapa:
De todas formas, era raro que hiciera tantísimo frío. Viviendo en Madrid, ciudad de clima continental (temperaturas extremas en verano e invierno, a diferencia del clima mediterráneo o atlántico de otras ciudades situadas en la costa, como Valencia), uno está acostumbrado a inviernos muy fríos (y veranos muy calurosos), pero el frío de París era demasiado en un viaje turístico en el que tienes que estar mucho tiempo en la calle visitando diversos sitios. Al llegar a Madrid de vuelta, hacía el mismo frío, y entonces me enteré por las noticias que estábamos viviendo una ola de frío. Por supuesto, en París lo último que íbamos a hacer era ver la TV o leer la prensa para enterarnos del estado del tiempo (inútil además, al no saber francés). Al menos no llovió.
Pero aunque no hubiéramos padecido la ola de frío, todavía habría hecho frío al estar en invierno. Por tanto, pienso que es mejor pagar más y viajar con buen tiempo, aunque también es verdad que tiene sus inconvenientes (la cola para entrar en sitios como la Torre Eiffel debe de ser kilométrica en verano). Y también, de visitar una ciudad del calibre de París, es mejor estar al menos una semana para poder visitarlo y conocerlo todo mejor, y de estar menos días, hacerlo en días laborables (menos problemas para comer o comprar), o al menos, en fechas más turísticas.
- El idioma: No es necesario ir a París sin saber francés, por supuesto. Pero no habría venido mal haberse molestado en aprender unas pocas palabras o incluso frases. Si no lo hicimos, fue en parte por pereza, lo cual es llamativo, pues es un esfuerzo insignificante, y en parte (seguramente que la mayor parte, que explica esa pereza), por chulería. Va a ser verdad que la gente de Madrid somos gente chula. Pensábamos que si teníamos que decir algo, nos entenderían en inglés. No es que sepamos mucho inglés, pero sí lo suficiente para defendernos, (y lo demostramos). Al final resultó que había menos gente que hablara inglés de lo previsto inicialmente, pero a cambio, afortunadamente, y en contra de lo esperado, había mucha más que se defendía en español. Supongo que el motivo es que reciben muchos visitantes españoles, y que en los sitios turísticos (aquí no incluyo a la negra torpona de la taquilla del Metro) contratan a gente que sabe idiomas, o que está acostumbrada a tratar con extranjeros (como cierto camarero italiano de un restaurante en el que comimos). Por eso, mientras que al principio intentábamos hablarle a la gente en inglés, con el paso del tiempo veíamos que lo óptimo era intentar primero hablarles en español, pues la probabilidad de que lo supieran no era menor a la de que supieran inglés.
De todas formas, algunas palabras sí que aprendimos en francés, gracias al folleto turístico que llevábamos, que incluía un glosario/minidiccionario al final del texto. Pero lo hicimos en París, sobre la marcha, y no antes, como debía haber sido si hubiéramos tenido una actitud algo más previsora.
- Las fotos: Hicimos fotos, pero por causas ajenas a mi voluntad, al final no hay fotos, por algo inesperado que sucedió. La culpa es mía, por no ser previsor.
- El dinero: Es un sitio más caro que Madrid (estaba claro), pero con lo organizado que suelo ser, parece mentira que no llevara la cuenta de los gastos y el último día se notó, aunque no fue nada grave, (sólo unos ligeros inconvenientes).
- La ruta turística: Nada más llegar, y en el viaje en autobús al hotel desde el aeropuerto que transportaba a la remesa de turistas que veníamos de España, un guía francés hablando en español intentó vendernos una ruta turística por París en un tipo de autobús especial con techo descubierto (también los hay en Madrid), que incluía, por supuesto, visitar los principales lugares turísticos de interés, prioridad (respecto de la gente que hace cola) para subir a la Torre Eiffel, visitar el Palacio de Versalles, etc. Yo era partidario de contratarlo, pues con el poco tiempo que iba a durar el viaje (3 días), era lo óptimo, visitar todos los sitios bien cómodos y con la excelente perspectiva visual (para apreciarlo y para fotografiarlo) conseguida desde esa altura en la que los pasajeros viajan en ese autobús especial, conocer qué sitios interesan más para luego visitarlos más a fondo los días siguientes, etc.
Pero no pude imponer mi voluntad, y “decidimos” ir por libre, y como yo ya me imaginaba, fue algo más ineficiente, por el tiempo perdido en decidir qué visitar y en qué orden, por los imprevistos surgidos, (terriblemente lioso el sistema de Metro y ferrocarriles de París), etc.
El viaje de ida.
Lo que sí hicimos fue comprar la tarjeta “París visite” en la oficina de turismo de Madrid, que permitía entrar y salir con ella en todo el sistema de comunicaciones públicos de París (Metro, ferrocarriles), lo cual fue muy útil para no estar pagando cada vez que hubiera que entrar y salir del Metro.
Ya sabía que en París iba a ver importantes e interesantes monumentos y edificios, pero no me esperaba encontrarme el primero dentro del avión: una azafata morenaza de evidente “interés arquitectónico”.
Era mi primer viaje en avión, y la verdad, el asunto me producía cierta inquietud, al pensar en el “ligero” inconveniente que supondría una avería en pleno vuelo, un choque, un aterrizaje forzoso, un atentado terrorista o cualquier otra “cosilla” por el estilo. Yo soy animal terrestre y marino (me gusta mucho nadar), pero reconozco sin ningún rubor que el aire no sólo es dominio exclusivo de los gorriones, palomas, cuervos y demás seres alados, sino que además yo gustoso se lo cedo todo para ellos. De hecho, hace muchos años, cuando miraba desde lo alto de la presa del embalse de El Vellón hacia abajo, o cuando monté por última vez en la montaña rusa y otras inhumanas atracciones similares del Parque de Atracciones de Madrid, me quedó muy clarito que yo tengo cierta incompatibilidad, supongo que genética, al aire y las alturas.
De todas formas, he de decir que mi inquietud a volar es puramente racional, y no como la de otra gente, mucho más irracional que pasa el viaje angustiada o que, como cierto futbolista, no juega los partidos de Liga de Campeones por no viajar en avión. Lo mío era solamente inquietud, pero viajé bien y tranquilo, y en el asiento junto a la ventanilla, desde el que osé mirar hacia abajo y ver el suelo, los edificios y demás en tamaño hormiga todas las veces que se me antojó, (que fueron muchas, todo el tiempo), aunque siempre existió un leve resquicio de inquietud por lo que pudiera pasar hasta el momento en el que aterrizáramos.
Otras cosas que me llamaron la atención del viaje fueron:
- Lo delgado que es el fuselaje del avión (esos tacaños que ahorran material para hacer más ligero el avión y gastar menos combustible ). Un golpecito lo habría agujereado con toda facilidad, y adiós.
- El tremendo ruido que hace.
- La inclinación transversal que a veces adoptaba el avión, (además de la inclinaciónlongitudinal al despegar, claro).
Al llegar a París, extraviaron parte del equipaje (una bolsa de mano) y hubo que poner la correspondiente reclamación. La señora que nos atendió sabía español bastante bien, y fue muy amable, con lo que el problema se solucionó bien (trajeron la bolsa al hotel unas horas más tarde, creo recordar).
El recorrido turístico.
El hotel sólo ofrecía el desayuno. Hablábamos con el encargado en español. De noche, haciendo guardia, había un empleado negro que aunque me dijo que sabía inglés, la verdad es que lo hablaba peor que yo, despacio y mal, y me costó bastante hacerme entender en cierta ocasión que hizo falta. Las empleadas de la cocina y que servían el desayuno sólo hablaban francés también.
El primer día costó encontrar un sitio en el que comer la primera vez, pues no encontrábamos nada por esa zona. Nos metimos en una especie de pizzería en la que los dependientes no sabían español ni inglés, y me temo que hicimos un espantoso ridículo intentando comunicarnos con ellos. Fue la situación más embarazosa vivida. No volvió a suceder nada tan bochornoso, pues a la hora de comer o cenar, lo hicimos en restaurantes de los lugares turísticos que estábamos visitando, en los que todo es mucho más fácil.
Paseamos por la Avenida Champs-Elysées (Campos Elíseos),
que terminan en la Plaza Charles de Gaulle, en donde está el Arco del Triunfo en un extremo, y en la Plaza de la Concordia, en el otro extremo, en la cual está el obelisco de Luxor,
que tiene jeroglíficos en los laterales, y fue traído a Francia (más bien saqueado) por Napoleón; el río Sena; diversas zonas de la ciudad; … En diversos edificios había carteles publicitarios presentando a París como candidata a los JJ.OO. de 2012. Viajábamos de un sitio a otro de la ciudad en Metro.
En uno de esos trayectos, recuerdo que entró en el vagón una rubia que no sólo era todo un “monumento”, sino también una “obra de arte”, preciosa. Y es que París, también tiene monumentos y obras artísticas “vivas”. Sin embargo, no encontré las otras obras de arte o monumentos que creo que pensaba vivían ahí: Inés Sastre y Laetitia Casta.
Cenamos en un restaurante creo que hindú (o quizá paquistaní), una comida muy fuerte pero sabrosa.
Creo que el Palacio de Versalles lo visitamos el segundo día.
Tengo entendido que es el palacio más grande de Europa. Yo pensaba que estaría cerca, a las afueras de París, pero estaba equivocado. Versalles, que fue la capital de Francia en la época en la que el rey construyó el palacio y lo habitó, está realmente lejos, como a 10 ó 15 km. Fuimos en tren. El sistema de Metro y ferrocarriles es muy complejo, y si la primera comida fue la situación más embarazosa, llegar a Versalles en tren fue la situación más difícil y liosa. Las pasamos canutas para entendernos con las taquilleras, entender las relaciones y conexiones entre Metro y ferrocarriles. La señalización en algún andén era deficiente, incompleta. Llegamos como pudimos.
Paseamos por los jardines de Versalles, que son enormes, y bordeamos el lago antes de subir hacia el palacio.
En el Palacio, había que pagar para entrar en ciertos recintos, como la Cámara del Rey, o la Galería de los Espejos.
A cada visitante le daban unos cascos, seleccionabas el idioma y el número de sala en la que estabas, y una voz contaba datos históricos y artísticos de interés. Estuvo muy bien, pero faltó tiempo. Es todo demasiado grande, tanto los jardines como el Palacio, para poder examinarlo como se merece.
A la vuelta, al no recordar bien el camino, le preguntamos a una francesa rubia de aspecto raro. No hablaba español ni inglés, pero fue lo bastante amable para insistir y señalar, mientras soltaba esos gorgoritos en francés, hasta que más o menos intuímos el lugar que señalaba y porqué lo hacía, y pudimos medio entenderla, o quizá habría que decir medio adivinarla. Luego otro tío, este ya sí en español, nos terminó de informar y pudimos llegar a la estación de tren para volver.
La verdad es que los parisinos me parecieron gente amable y atenta, muy alejada del estereotipo que los pone como prepotentes y antipáticos, (excepto la negra de la taquilla del Metro, fea y antipática; pero no la considero francesa, sino de las ex-colonias).
El último día visitamos el Museo del Louvre por la mañana. Antes de visitarlos tuvimos problemas para cambiar un billete de 50 euros, y hasta que no fuimos a una sucursal del BBVA que había por ahí cerca, no hubo manera, pues en otras sucursales bancarias no pudimos hacerlo, (no recuerdo bien el motivo). No sólo era una sucursal del BBVA, sino que era como un oasis hispano en París, con empleados y clientes españoles (a diferencia de una sucursal del BNP, Banque Nationale de Paris en Madrid, banco del que fui cliente hace tiempo, que era una sucursal completamente española pero de un banco francés).
Al entrar en el recinto del museo, (que no dentro propiamente dicho), hay una pirámide transparente:
y mirar desde cualquier lado hacia abajo, hacia su base, era como mirar por una ventana hacia el interior del museo. Es decir, que en esa parte del museo el techo es transparente: es la base de la pirámide.
El Museo del Louvre es demasiado grande para examinarlo mínimamente en una mañana, o en un día. Habría requerido de varios días. Lo que sí pudimos ver fue restos arqueológicos prerromanos, y lo que más me gustó: escultura romana y pintura italiana y española. Pintura española no había mucha (algo de Murillo) en comparación con la italiana (la española debe estar casi toda en el Museo del Prado), pero en cambio sí tenían una gran colección de pintura italiana.
Me llamó la atención una gran cantidad de asiáticos (probablemente japoneses), con sus sofisticadas cámaras fotográficas y de vídeo, apelotonados (esa gente siempre está apelotonada ) alrededor del cuadro “La Gioconda” de Leonardo da Vinci, impidiendo que nadie más se acercara, fotografiándolo y filmándolo.
Lo interpreté como un ejemplo más del carácter excesivamente fetichista japonés u oriental (expresado también en su cine convencional y porqué no decirlo, en su cine porno). A mí me gustaron más otros cuadros, como los italianos mencionados antes, pero claro, “La Gioconda” es más famoso, o de los más famosos, y todos se apelotonaban a su alrededor.
Y es que, al igual que en el Palacio de Versalles, los visitantes éramos exclusivamente blancos o asiáticos. No había un solo negro. Este tipo de cosas están fuera del interés y alcance intelectual de los negros, parece ser. En proporción, yo diría que había más asiáticos en el Museo del Louvre que en el Palacio de Versalles.
Comimos en uno de los restaurantes del museo, en un sistema que era parte autoservicio y parte podías pedir platos que no estaban expuestos en ese momento. Tenían unos, más bien ridículos y sobre todo, estereotipados, carteles con toros. Es que era un restaurante “español”, o dedicado a lo español. No hace falta decir que los platos que pedimos, (una paella con vino tinto y no sé qué más) fue lo más rico que comimos en París. Se los pedí a una empleada portuguesa en inglés. Surrealista, un español en París pidiendo comida española en inglés a una empleada portuguesa. Sólo superable si yo hubiera sido además alemán en vez de español, por ejemplo.
Por la tarde visitamos la famosa catedral de Notre Dame. Dentro había sepulcros con altos cargos de la Iglesia, no recuerdo bien si arzobispos, cardenales o qué.
Luego visitamos la Torre Eiffel.
No había mucha cola. Estaba adornada con luces que de vez en cuando se encendían y apagaban de manera alterna, produciendo un efecto espectacular. Tiene 3 pisos, pero el más alto estaba cerrado al público. No sé si con el buen tiempo y una mayor afluencia de turistas lo abrirían. El motivo por el que estaba cerrado, o no lo dijeron, o no lo recuerdo bien. Quizá estaban de obras. Sacamos entrada para subir al segundo piso. Claro, no nos íbamos a conformar con el primer piso solamente estando ahí. Subimos en un ascensor grande, con ascensorista al primer piso, en donde salimos a ver el paisaje, creo, durante un tiempo limitado. Luego subimos al segundo piso, y ahí sí que el paisaje era espectacular. Se veía toda la ciudad hasta una enorme distancia. ¡Cómo habrían sido las vistas desde el tercer piso, de haber estado accesible!. Como era de noche, el espectáculo era excelente, con multitud de luces en medio de la oscuridad. Teníamos que haber subido también de día, pero nos quedamos sin tiempo (no por mi culpa, pues yo habría visitado los sitios más importantes e interesantes al principio, lógicamente). En esa segunda planta, había unos pequeños telescopios situados supongo que equidistantemente unos de otros, para mirar a puntos concretos de la ciudad, así como una sección de artefactos científicos, como un mini-museo. Todos nos hacíamos fotos. Un, creo que mejicano, me pidió que le hiciera una foto (estaba solo). También le hicimos unas fotos a una pareja de extranjeros, (parecían centroeuropeos). En el segundo piso, no había límite de tiempo como en el primer piso (supongo que por tener entrada para dicho nivel). Simplemente, cuando uno lo creía conveniente, bajaba en el ascensor. Y un frío, provocado por el viento… que se combatía comiendo o bebiendo algo caliente en el restaurante de dentro, jejeje.
Un empleado nos entregó una encuesta para que la rellenáramos y se la devolviéramos antes de entrar en el ascensor de bajada. Nos regaló un bolígrafo a cada persona para que hiciéramos la encuesta. Era un tipo extrovertido, políglota, simpático y hablador, pero también un poco entrometido y pesado.
Después fuimos al Arco del Triunfo.
Tiene medio centenar de metros de altura, más o menos, y en las paredes interiores tiene inscripciones. Tras pagar la entrada, empezamos a subir por una angosta escalera de caracol. Conté (creo que a la subida), 197 escalones en total, si mal no recuerdo, subidos de un tirón, y llegamos con la lengua fuera. Bueno, de un tirón exactamente no, pues antes de llegar arriba del todo, a la azotea, se llega a una amplia estancia que hace la función de museo conmemorativo de la I Guerra Mundial, con fotografías expuestas de sucesos acaecidos en esa guerra. De hecho, ese es el motivo de la construcción del Arco del Triunfo. Luego ya sólo quedan por subir unos pocos escalones, como 20 o algunos más, hasta llegar arriba. Y cuando se llega arriba, (había un grupo de chavales, cosa lógica, pues subir hasta arriba no es algo fácil para gente gorda o vieja), uno se lleva una grata sorpresa.
Desde la calle ya se da uno cuenta que el Arco del Triunfo, al ser el final de los Campos Elíseos, y estar situado en la parte más alta de la avenida, iba a ofrecer desde su azotea una inmejorable perspectiva visual:
Pero cuando se está arriba uno se da cuenta que es mucho más que eso. El Arco del Triunfo, construído a propósito con toda la intención en ese lugar, es el centro de París, sino geográfico, (que no lo sé), sí “estratégico”, y se ve que una gran cantidad de calles importantes confluyen ahí, desde los 4 puntos cardinales. Por lo menos 7 calles importantes, y 11 o alguna más en total. Además, por estar construído en un lugar que es el punto más alto de toda la ciudad, o el más alto de una amplísima zona, sumado al hecho de que tiene una buena altura, (más de lo que parece desde abajo), ofrece unas vistas muy amplias de la ciudad, similares (aunque no tanto, claro) a las de la Torre Eiffel, sin necesidad de haber subido tan alto. Además, mirando al frente hacia los Campos Elíseos, la Torre Eiffel está exactamente a la derecha, 90 grados a la derecha, a una distancia no muy grande, lo cual da una geometría muy interesante al conjunto Campos Elíseos-Arco del Triunfo-Torre Eiffel. Al igual que con la Torre Eiffel, la subida al Arco del Triunfo debe hacerse, además de en ambiente nocturno, también de día, pero ya no íbamos a poder hacerlo por falta de tiempo (otro error). (De todas formas, conozco a alguien que estuvo en París y ni siquiera se la ocurrió subir al Arco del Triunfo, peor todavía).
Si la subida fue muy cansada pero cómoda, la bajada fue muy descansada pero incómoda. El viento frío subía y daba de frente. Pero lo peor es que bajar por una escalera de caracol tan estrecha, tan interminable y tan “circular” mirando todo el tiempo hacia abajo me empezó a marear, cosa que no me había sucedido al subir, y tuve que asegurar la bajada agarrándome a la barandilla no fuera a dar un traspié y me cayera rodando.
La última cena (parece que estuve con Jesucristo, jejeje) fue en un restaurante de los Campos Elíseos. Yo no quería cenar ahí, tanto por la fecha (domingo), como el lugar, (de los más caros de la ciudad), pero tuve que pasar por el aro. Nada más entrar, se notaba el lujo. El camarero que nos atendió, (italiano según nos dijo), chapurreaba un poco español. Bueno, yo creo que chapurreaba un poco español, inglés, portugués, alemán, … todo lo que le echaran, por experiencia tratando clientes. El caso es que nos clavaron bien. No diré el coste, primero porque (afortunadamente), no lo recuerdo, y segundo, para no llevarme un susto al escribirlo, pero sí está claro que es la cuenta más cara sufrida en un restaurante, y además, innecesariamente.
De vuelta para casa, no podían faltar los típicos recuerdos (reproducciones a escala, en metal), de los edificios más emblemáticos de París (la catedral de Notre Dame, la Torre Eiffel o el Arco del Triunfo), comprados en alguno de los innumerables sitios que los venden.
El viaje de vuelta.
Antes de entrar para embarcar, hay que pasar un control de la policía. En mi caso, una policía negra me preguntaba una y otra vez la misma cosa, y yo no entendía ni palabra. Entonces recordé una frase que había leído en el mini-diccionario del folleto turístico y se la solté: “Je ne comprends pas”, que significa “no entiendo”. Y yo diría además, que me salió con un buen acento franchute. Tres días en París oyéndoles hablar tenía que servir para algo… El caso es que nada más soltar esa frase, la tía pesada se calló, señal de que me entendió. Toooooma, qué bien hablo francés, jajajaja, y pasó a la acción: Registrar la bolsa de mano que llevaba. En cuanto comprobó que no había ninguna bomba ni ninguna pistola, seguí adelante.
El viaje de vuelta en avión fue como el de ida, sin problemas, y ahí acabó el viaje.
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